Estoy sentado enfrente del monitor del IPad y el teclado, como queriendo adivinar algo. Como rascando el futuro. Como avisando lo que está por venir. Lo que todos queremos que venga. O la mayoría. O el fútbol. Como buscándole palabras a lo que vi. O quise ver.
Me quedé viendo las cosas del escritorio, con la mirada allá en el futuro. En lo esperado. En lo querido. Recién le tiré loción a una mantita y limpié el teclado para perfumarlo de Messi. Para encontrar en este momento un olor que, a través del tiempo, me recuerde a él.
Eso pasa con los recuerdos. Te huelen a personas. O con los aromas: Te recuerdan a ellas.
Y sigo aquí, una noche antes de la Final del Mundial, atado allá. A lo que no se sabe que pasará. A lo congelando en lo desconocido. A lo imaginado.
Messi ha vivido en todos mis presentes.
Y lo quiero ver ya en el futuro para que se quede en el por siempre.
En los Mundiales, normalmente, le voy a Brasil; al video de Pelé, a las agujetas desabrochadas de Garrincha, a la visita que le hice a su tumba, a la entrevista que le realicé a su primera nieta, a varios kilómetros de Río de Janeiro, en Pao Grande. Soy más de fútbol samba. De regate en corto, de aceleración, de Romario, de Ronaldo.
Pero, sobre todas la cosas, soy de Messi.
Y muy de Maradona.
No tanto de la Selección Argentina.
Más de ellos.
Rara cosa de explicar, si es que la pasiones habrían de encontrar una razón.
Si es que Lionel tuviera una justificación.
Pero sigo ahí queriendo romper la línea del fuera de lugar entre esta noche de sábado y la mañana de domingo para que no me sorprenda adelantado.
Ya puse la canción de “Arrancármelo”.
¿Se puede tener nostalgia de lo que no ha pasado?
Y la tengo, porque, en parte, también se nos fue el Mundial, pero sigue aquí desde ese retrato que ya tengo colgado en mi departamento, de un Messi sabiendo cuánto pesa la Copa del Mundo.
“¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe?”. “Y no tengo pensado, hundirme acá tirado, y no tengo planeado morirme desangrado. Y no, oh-oh. No me pidas que no vuelva a intentar que la cosas vuelvan a su lugar”.
La letra de esa canción viene acompañada de la Selección Argentina alzando el trofeo de la Copa América con un Messi en cámara lenta, porque no nos pidieron permiso para hacernos llorar. Para emocionarnos. Para que el futbol nos vuelva a llevar ahí, en círculos, a la satisfacción de verlo Campeón con su selección.
Sigo como si viniera regresando de algún lado. Como queriendo contarles que lo logró. Que en estos momentos, él sigue dando la vuelta olímpica; que ahora, Messi no tiene que festejarlo con Antonella, con Thiago y Mateo desde la pantalla de un celular, enseñándoles la medalla que acaba de conquistar, como aquella ganada en el Maracaná, en tiempos peores de pandemia, con una medalla de oro, también mía.
Huelo ese pasto mojadito que me recuerda a mamá, en otoño, regando plantas que elevan ese mismo olor a tierra mojada.
O a tierra conquistada.
Veo esos papelitos picados, tirados en el césped. Lo veo a él ahí, siendo uno con el mundo, apretando el puño volteando al cielo dedicándoselo a su abuela.
Y a Maradona.
Estoy ahí abajo, en la cancha, en ese exacto momento que habré de tatuarme, junto a el Diego haciendo lo mismo: cargando la Copa del Mundo, que ya tengo dibujada en otro brazo.
Estoy ahí viéndome reflejado en sus ojos, porque los futuros otorgan concesiones. Los veo amarillos mientras la ve. Mientras la besa. Mientras es suya. Mientras la vuelve a alzar y la comparte con el resto, porque es de ellos y es de todos, incluso de los franceses que querían que él la ganara o de los brasileños.
Ni siendo Ronaldo o Ronaldinho querías que perdiera Messi.
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Es el triunfo de la improbabilidad. Si es cierto que no lo querían tanto en su país, no es menos cierto que hoy lo quieren más.
Si ya era leyenda, ha ascendido a categoría de deidad.
“Y si bien todos queremos ganar la Copa, quiero decirte que, más allá del resultado, hay algo que no te va a sacar nadie: atravesaste a cada uno de los argentinos. De verdad, te lo digo: No hay nene que no tenga tu remera, sea la original, la trucha o la inventada, o la imaginaria. De verdad, marcaste la vida de todos. Y eso, para mí, es más grande que cualquier Copa del Mundo, y eso no te lo va a sacar nadie. Es un agradecimiento por un momento de felicidad tan grande que le hiciste vivir a tanta gente que, de verdad, ojalá te lo lleves en el corazón, porque, creo, que es más importante que una Copa del Mundo. Y eso ya lo tenés, así que ¡gracias, capitán!”.
La periodista Sofía María Martínez representó, no solo a los argentinos, en esos dichos.
Pudo decírselo más fuerte, pero no más claro a un Messi atento, sonriente, conmovido. Consciente.
La Copa del Mundo sigue ahí arriba, bien sujetada, bien suya.
Como si fuera una extensión de sus brazos.
Como si fuera un hilo más de los cordones de sus botines, como si viviera escondida en su empeine izquierdo. Como si se sintiera como se siente la pelota, más redonda, más dorada, más querida, más amada, más besada, más feliz, más de Messi, más de nosotros.
Y él está ahí, otra vez , saltando al ritmo de esa canción, sosteniendo ahora al mundo, en forma de trofeo, porque los recuerdos más bonitos también se escuchan y se ven en camara lenta, aunque no hayan pasado.
Ojalá pase.
Ojalá ya haya sucedido.
Si ya pasó, ¿cómo van a convencerme de que la magia no existe?
Domingo 18 de diciembre de 2022
*SÍ SUCEDIÓ*
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