México es la posibilidad de un equipo. El simulacro de una selección.

Es triunfo de la esperanza sobre la experiencia.

Como cada cuatro años, el aficionado mexicano, vestido de verde y pintado de ilusión, descubrió que el futbol también sirve para soñar.

Pocos partidos después, se concluyó que el grito de “¡Sí se puede!” esta cobijado por el tibio manto de la mediocridad: El entonarlo no es otra cosa que el recordatorio de que casi nunca se ha podido.

“No espero nada de ustedes y, aún así, logran decepcionarme”.
En ese tuit que leí, también existe una reflexión dentro del meme: México es Campeón del Mundo en creerse lo que no es sin trabajarlo para serlo.

Es más fácil decir que con fe se le puede vencer a la Argentina, de Messi, que reconocerse en el espejo como el mediano, con ínfulas de grande, que se es realmente.

Pero el mérito de desconfiar de la Selección Mexicana no es mío. Es de ellos.

Contra Arabia, México saldrá a la cancha con una espinillera en la pierna derecha y con una calculadora debajo de las calcetas de la pierna izquierda.
Su pueblo elevará oraciones a ‘San Memo’ y a ‘San Cuauhtemoc’.

Se hará todo ritual posible para que el pozole tenga más sazón y se harán brebajes mágicos para que los conjuros del gol sean cumplidos con cabalistas, porque nadie se escapa de las suertes…

Después, Gerardo Martino hará todo al revés y nos regresaremos del Mundial preguntándonos a qué fuimos. Diremos que era mejor no haber asistido.

Cuando pasen los años, el helio inflará al globo tricolor. De nuevo, se venderá a la Selección Mexicana con propiedades que te harán olvidar la inflación.

Y, una vez más, cuando haya llegado ese momento, en ese exacto y tan esperado 2026, estarás preparado para lo que venías esperando, para lo que venías ahorrando; para lo que venías viajando.
Justo, en ese instante, estarás listo para decepcionarte otra vez.

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